La vida es demasiado corta para tanta belleza que existe y para tanta puerta que uno no tiene el tiempo de abrir. Y encima de corta, está llena de obligaciones, de horarios, de trabajos que se van tragando el tiempo como el monstruo de packman se iba tragando las galletas, mientras uno intentaba huir y que no se lo tragara a uno también. Veo aquí tantas personas que van del trabajo a la casa, que apenas y tienen un momento para levantar la mirada y quedarse quietos viendo a la nada, pensando en algo diferente a la siguiente tarea, sin espacio en el día ni en su cabeza para preguntarse si son felices, si la vida está viva, si todo esto tiene un sentido. Los veo y me aterra llegar a verme así.
Todos tenemos rutinas, yo también tengo un trabajo con horarios y tareas, y un sueldo que necesito para vivir, pero siento que en medio de esa rutina hay cosas que me ayudan a respirar, a no sentirme máquina, cosas que me despiertan ese deseo profundo de estar viva. Y por esas cosas peleo todos los días con el tiempo de la rutina, peleo con ese "deber" que tengo incrustado en la cabeza, le robo tiempo para sentarme a escribir, aunque sea por unas horas, lo que me dé la gana; para editar el audio de un episodio, para espicharle botones a una cámara probando la misma imagen en todas las luces posibles, para intentar armar un collage que le sirva de carátula al próximo episodio de RecordArte. Esos son mis huecos de escape, en ellos me meto cuando el día se me está volviendo siempre igual al anterior, y con ellos o en ellos es que siento que la vida es muy corta para tanta belleza que existe. Debe ser por eso que me obsesionan las cosas que detienen el tiempo, que lo capturan y lo dejan quietico en un momento que no se va, o al que al menos tenemos la ilusión de volver. Esas cosas son para mi los cuadernos de notas, las cámaras y las grabadoras de audio. Desde muy chiquita tuve obsesión por los diarios, los cuadernos, los papeles y los esferos o plumas (como les diga cada quien), y el que escribe sin un fin pragmático sabe que allí está la forma de guardar memoria del adentro, de lo que no se ve en el cuerpo ni en el mundo, la escritura es algo así como una fotografía de las entrañas, del pensamiento y de la emoción. Por eso desde los trece años empecé a guardar mis tripas en un cuaderno rosado y cursi y desde entonces esos cuadernos se han ido acumulando.
Con las cámaras, la cosa empezó apenas tuve mi primer sueldo. Me compré una digital, pequeñita y plateada, muy mala seguramente, pero para mí, en ese entonces, era una máquinita maravillosa de hacer magia. Luego vino una roja, un poco más grande y más bonita, que me robaron en un bar en una noche de fiesta; y luego vino otra, y luego otra, y otra más, y así las cámaras han ido creciendo en mis manos, cada vez una un poquito más grande, más bonita, más poderosa. Y claro, me han dicho y lo he pensado también, para qué putas quiero una cámara de la que no conozco ni sé usar el 70% de sus funciones; pero es que solo verla me hace feliz, e intentar aprender y entender lo que hace también.
Y las grabadoras de audio -que aparatos tan bonitos que son- esas han sido mi último descubrimiento. Todo lo que puede caber allí no lo entendía hasta que empecé a escuchar podcast y me enamoré de la voz, de la vida con sonido y sin imágen, del ruido de unos pasos, de una respiración, de un silencio en una casa cualquiera, porque todas las casas y sus silencios suenan diferente. Una de esas grabadoras me permitió, nada más ni nada menos, que meter el día de un milagro en un archivo de audio:
Encerrarlo ahí para que ese día sea eterno y compartirlo ahora con ustedes, la voz de doña Magaly invocando esa escena, que de no ser por esta grabación viviría y moriría sólo con ella y las personas que la presenciaron. Si eso no es magia, yo no sé qué lo será.
En fin, parecería que hay dispositivos para hacer memoria de lo que llevamos por dentro, de lo que vemos y de lo que escuchamos. Faltaría inventar maquinitas que guardaran el tacto y el olfato, una con la que pudiéramos grabar lo áspero de cierta tierra en las manos, o lo frío del agua en alguna playa de Massachusetts, por ejemplo. Y otra que tomara “fotos” de los olores, un álbum que al abrirlo contuviera el olor de la cocina de mi madre cuando cocina un puchero, o de la habitación en que mi padre guarda sus discos.
Pero ya lo dejo por aquí, empecé diciendo que la vida es muy corta para tanta belleza que existe, y a veces quisiera más tiempo para dedicarme a mirar y a guardar esa belleza en un papel, en una imagen o en un sonido. Nada más.
"...la escritura es algo así como una fotografía de las entrañas, del pensamiento y de la emoción".
Hermosa entrega!!